sábado, 26 de febrero de 2011

Ausencia...

Llego hasta el teléfono público de la esquina, coloco las dos últimas monedas que encontró en su monedero, y marco. Lo dejo sonar unas nueve o diez veces, pero nadie contesto. Lo volvió a intentar, y otra vez no obtuvo respuesta. Cortó, y creyó escuchar entre el ruido de los autos y la muchedumbre, que alguien había gritado su nombre.

¿Será el? – se pregunto

¿Quién mas podría ser?

Intentando contener la emoción que la embargarba, miro hacia un lado, y luego al otro de la avenida.

Muchos rostros se cruzaron en su camino. Rostros jóvenes y bellos. Rostros viejos. Rostros de hombres y mujeres. Rostros arrugados. Rostros rebosantes de alegría. Otros de cansancio, o frustración. Rostros finos, rostros chatos. Cada uno de ellos; únicos, irrepetibles, imperfectos.

Recogió las monedas que el teléfono le había devuelto, las introdujo nuevamente en la ranura, y lo intento una vez más.

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